domingo, 3 de julio de 2011

Alguna vez hice este ejercicio



Por donde empezar?
Su figura no era normal. Bah, normal. Nada es “normal”. Solo que en ella era mas concreto. Más visible. Era claro. Su figura no era normal.
 Lo más llamativo era que sus curvas estaban ahí solo para romper la geometría del espacio. Para demostrar que aun todo numérico, los sentidos se inclinaban a su merced. Podría, si solo quisiera, ordenar al mundo entero desde ese lugar; y el mundo obedecería.
Sabíamos, los que siempre perdemos el tiempo inescrupulosamente observándola, que solo lo que el tiempo puede dañar puede ser “anormal”. Quizás, por justicia divina. O solo para satisfacer nuestra envidia.
Alguien se paro a mi lado y en un silencio monástico, rompió mi espacio y mi tranquilidad.
Poco a poco me sentí observado, invadido. El cuerpo me temblaba y mi equilibrio perdía solides. Me temblaban las manos y sudaban.
No puedo soportar sentirme observado. Desde niño. Nada muy preocupante, pero me hace pasar muy malos momentos. Una vez en el subte, al observar que una anciana se había empecinado en ver mis zapatos desde su asiento, tuve que levantarme, bajar de la formación y volver a tomar la siguiente. Además, sabia que no los haba lustrado. Ni siquiera frotado contra el pantalón.
Sin mover la cabeza gire los ojos hasta apretarlos contra el rabillo. Dolió. Y no llegue a ver quien era. Si era conocido podía respirar y todo habría pasado. Me metí las manos en los bolsillos muy despacio y cambie el eje de mis pies como buscando comodidad. Nada de eso, solo quería torcer el tronco para llegar al ángulo de visión.
En ese momento me di cuenta que olía. Olía a tabaco, perfume de alguna clase y a carne poco joven.
Llegue a ver su rostro que se encontraba inmóvil hacia delante, no se si se había percatado que se había parado junto a alguien. Solo observaba. Supongo que como yo fascinada.
Tenía el rostro claro, no era joven ni por mucho, pero su piel no estaba dañada con el paso del tiempo. Lo que se llama “llevar bien los años”. El pelo lo tenia recogido y prolijo y la mirada era casi pétrea, estacionada y tranquila. En las manos llevaba un volumen de algún texto que imagino interesante: El eterno castigo del color y su paso por el sendero de la luz, de Jean Louis Droumennard. Posiblemente.
Al darme cuenta que no me registraba me tranquilice. Como por arte de magia y sin darme cuenta estaba sonriendo, recuperando mi confianza y volví atención a sus curvas.
Ahora podía volver a extenderme en el espacio y mezclarme casi con ella. Alcanzarla, rozarla con mis dedos y llegar a sentirla un poco mía. Ya navegaba en aguas seguras.
Tenía el tinte broncíneo de siempre. Tenía la necesidad de decirnos a todos: gentiles, inclinen sus testas, aguarden a quien puede por encima de todo. Creo que ya mi boca había vuelto a abrirse sin previo aviso.
Lo cierto es que robaba una parte importante de mi tiempo. Se lo merecía. Todos los días hacia lo imposible por ir a verla, por acercarme en sumiso silencio. Por hablarle en el silencioso lenguaje de los que adoran.
La mujer a mi lado comenzó a moverse. Instintivamente me corrí hacia un lado y quede petrificado. Se estaba acercando para verla mejor.