Puede que la calle sepa...
o que el endemoniado reflejo del charco nos recuerde.
Donde van las pisadas,
sólo ellas y el silencio.
El hueco dolor de la respiración
recuerda la justicia de lo efímero
y penetra, irreverente, en la memoria de lo que no fue.
Y el ángel está ahí
sentado,
fijo hacia el horizonte perdido.
Y el dolor humano.
Que tus labios se vean como fresco manjar
y el delicado aroma de tu mirada inquieta juegue con lo eterno,
es una caricia agradecida.
Un árbol eterno, sin nombre,
se mantiene firme a lo lejos.
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