martes, 15 de marzo de 2011

Conectando a Paulina con otra historia (parte I)


Sabias que el milagro no espera? Sólo se posa frente tuyo y te saluda de costado, en diagonal casi. Con el culo hacia el norte.
I
No esperé mucho de la reunión y salí a paso enérgico del edificio. Odiando las pérdidas de tiempo a las que me sometían una y otra vez. El frío dolía. Trataba de esquivar las baldosas esquizofrénicas que no se decidían en salpicarme. El orgullo se iba recuperando a medida que pasaban las calles. Hasta que me detuve.
El corazón, por como latía, me recordaba que ya no soy joven y que los años son ingratos. Dolía un poco y me obligaba a respirar profundo. Miré  a mí alrededor y todo de tan familiar me resultaba ajeno. Sin sentido. Sólo una posibilidad de conectarme con el viento o las nubes; pero nada más. Aquello lo suficientemente lejano para no comprometer mi ser. Del otro lado de la acera, un pequeño era arrastrado por su madre en dirección al colegio supongo ya que llevaba su uniforme escolar. Una vieja horrible parada muy cerca de ellos los miraba con aire de superioridad, con desprecio. El niño gritaba como un chancho cuando sabe que va a ser faenado. Que puedo decir? Por más que lo intenté no me interesó demasiado y  con solo un cambio de ángulo volví a mi corazón agitado.
Debe ser el efecto de la sonrisa equina que poseo y que aflora naturalmente la que me abría paso entre la gente. No era a propósito. Nunca lo es. Solo que aparece en mi rostro por más apesadumbrado que esté. O que simplemente me importa poco y nada del otro. Lo cierto es que volví a retomar el paso sin mucho rumbo que digamos. De seguir derecho iría a mi oficina de inmediato. De doblar hacia el bajo, pasaría por “el Manolo” y saldaría la cuenta pendiente con mi estómago. De ir hacia el otro lado, hacia la plaza, muy posiblemente atacaría algún banco olvidado y me dignaría a naufragar en las aguas de Morpheo. Como siempre me encontré con que soy un cobarde estructurado. Derecho a la oficina.
 Paulina me estaba esperando. Tenía el rostro encendido, acalorado. Parecía que me hubiera retenido en su memoria durante eternidad. Se levantó del asiento y sin hablarme entró a mi despacho. Sin que mis manos comenzaran a recobrar la temperatura, ella comenzó a hablar aceleradamente, sin pausas. Decididamente no le importaba si la escuchaba o no; si la entendía o sólo me había convertido en un adorno más de la habitación. Por otro lado, no me interesaba en lo más mínimo su discurso, ni la violencia de sus ademanes ni que casi me rompe un florero. Sólo quería llegar hasta mi escritorio y refugiarme en mi asiento cómodo y protector. Apenas recuerdo que decía una y otra vez…: “el plan es…” ahí es donde comenzó realmente el problema; aunque la idea del asesinato surgió después.

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