lunes, 14 de marzo de 2011

Paulina

Hoy la vi a Paulina bañada en sus ojos tristes.
La pobrecita. Tenía el cabello recogido y la tristeza en sus pómulos, en sus orejas. Tenía al mentón triste.
En la espera yacía su esperanza. Esperanza vestida de azul, de ensueño y desengaño.
El micro que no venía y la dejaba flotando en sus sueños vanos. En el mundo de donde no quería volver.
Esperaba su rostro, sus manos, su voz. Esperaba que él volviera. Que le digiera “acá estoy… aquí me tienes”. Esperaba que el sol no tapara el camino de regreso. No otra vez. No como siempre. Que la dejara mirar hacia el horizonte como si no lo conociera. Ese horizonte esquivo que le juega a estar siempre inalcanzable.
Y el micro llegó.
Y él bajó y la miró. Le miró las manos, los ojos, el cuello. Y se le acercó. Dejó su maletín y la adentró a su cuerpo. La tensionó contra su carne. La aprisionó y la beso con firmeza.
Ambos se fueron caminando sin hablar, sin volver a mirarse.
Ella sabía que una vez más todo comenzaba y que por más que esperara, él volvería día tras día a aparecer.

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