lunes, 21 de marzo de 2011

Parte III (seguimos en camino)

III
Yo quisiera olvidarte, me es imposible, mi bien, mi bien/ tu imagen me persigue, tuya es mi vida y mi amor también/ Y cuando pensativo yo sólo estoy/ delirio con la falsía con que ha pagado tu amor mi amor/para eso hubiera seguido durmiendo.
Estaba amaneciendo y un tropel de imágenes me invadía enrojecido. Elefantes, serpientes, monos, murciélagos, cucarachas. Hombres con cabeza de lobo. Me refregué frenéticamente el rostro. La cara me ardía y las manos lastimaban mi piel. Los pelos incipientes de la barba me picaban. El sudor se hacía sentir entre las piernas, en la espalda y en el pecho. Tenía grasientas las manos y realmente se sentía sucio. Me acerque como pude hacia el baño, la espala parecía que estaba empecinada en no querer acompañarme. Me lavé y volví a sentarme. Ya había amanecido.
Seguía ahí, en las fotos. Lo que no podía averiguar seguía ahí. Me estaba esperando como un cazador que invierte los roles solo para divertirse y hacer creer a la presa que es quien lleva la voz cantante. Todos sabemos que la presa siempre termina mal. Inmóvil, escapando al haber sido capturada. Así estaba ella en todas las fotos. Pero él no. El estaba como corrido. A un costado, por más que estuviera en el centro de la foto. Estaba ajeno y distante. En otro lado.
Por fin me di cuenta. En todas las fotos aparecía con un muy pequeño maletín. Como de médico. Y en la otra mano siempre la sostenía a ella. O del brazo, o la cintura o del cuello. Pero no dejaba distancia a ver si se le fuera a perder: a salir corriendo. En una de las fotos se notaba particularmente. Se me asemejaban a dos imanes que negativo contra negativo por más cerca que estén la física era más fuerte y se separaban inexorablemente. Por más esfuerzo que el pusiera, ella tendría diametralmente la fuerza para, sutilmente, desentenderse de contacto. Puro amor apasionado. Lo extraño es que no me había dicho que si ella estaba en la foto, quien las había sacado. Ya había pasado por esto? Habría ido suplicante oficina por oficina, cambiando de zapatos para no llamar la atención. Habría su tobillo coqueteado con las miradas descaradas de otros? El sentimiento de error se apoderaba de mí con más fuerza y estuve a punto de llamarla para cancelar el trato. Pero no. Volví sobre las fotos y me puse el saco. Las metí todas dentro de un sobre y bajé hacia la calle. Estaba fresco y ausente el tiempo. Era tiempo de otros. De recolectores, camiones de lácteos, verduras, carnes. Era tiempo de desayuno en familia previo al inicio d día. De peleas por el baño, de olvidos sobre la mesa, de ausencia de uno. Era tiempo de los otros. Los que realmente vivían sus vidas y no fabulaban en recrear aquello que no conocían y que nunca podrían realizar. Una vida normal. Llegué al primer bar abierto y entre sillas apiladas y trapos de piso me pedí un café doble. Ellos nunca se quisieron. Eran amo y esclavo. Eran el propósito y la inercia.  

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